martes, 13 de abril de 2010

Un PeQuEÑo ReSuMeN SoBrE ¿Teología Política o Filosofía Política?: La amistosa conversación entre Carl Schmitt y Leo Strauss

 ¡EDUARDO HERNANDO NIETO!

La teología política del profesor Schmitt

   Este Artículo nos mostrara que Carl Schmitt y Leo Strauss no sólo son académicos que expresan tesis afines sino que a su vez esgrimen los mejores argumentos contra la política moderna y el liberalismo moderno, es decir, contra los representantes de la anomia generalizada y la secularización. La tradición teológica política no se inicia en realidad con Schmitt; de hecho, se tendría que decir que ésta aparece con la revelación y más específicamente con la fe en la revelación. La teología política desde un inicio estará así emparentada directamente con la filosofía en tanto que las dos trabajarán para lograr el mismo objetivo, es decir, la constitución de hombres libres. El principio de la teología política entonces se manifiesta en la presencia del orden y del desorden que coexisten en una forma de relación de opuestos o contrarios pero que sin embargo no genera caos.
  
  En realidad Schmitt se aleja de las posiciones que toman a la ligera el problema del mal como también de aquéllos que lo toman de un modo radical (es decir, demasiado en serio). Evidentemente en caso de que Schmitt y su teología política admitiesen la condición pecadora de todos los hombres en el sentido de decir que todos son malos, entonces caería en algunos absurdos, como el hecho de que nadie tendría capacidad de gobernar (a menos que siguiese la línea hobbesiana en donde quien gobierna es un ser artificial); o si, en caso contrario, admitiese que todos fuesen buenos, entonces todos deberían de gobernar al estilo de la voluntad general rosseuaniana. Así pues, la teología política no puede asumir como total la depravación humana y advierte más bien sobre la naturaleza herida y débil de la humanidad, permitiendo también el establecimiento de una graduación y de adaptaciones; lo cual nuevamente la ubicaría en cercanía con la perspectiva filosófica y sus diversas visiones de la vida buena, en concordancia con el grado de educación de la razón y el contexto en el que se ubica. Así, mientras no se descubra el sello, seguirá existiendo la política; aunque, como ya hemos indicado, la política (y la soberanía) podría desaparecer una vez que el problema del mal fuese superado. Pero, como esto en parte puede ser también incierto, lo mejor es afirmar lo político a través de la decisión. En todo caso, lo que sí vale la pena subrayar es que esta decisión no aparece del vacío sino como un acto dentro de un orden concreto que se encuentra más bien alterado. El soberano schmittiano no es exactamente análogo al Dios que crea el mundo ex nihilo sino simplemente el hombre que, siguiendo la voluntad de Dios, actúa en un orden que, aunque conmocionado, existe, y se trata de evitar su disolución. Finalmente, la tradición de la teología política de Schmitt y la decisión del soberano nos ubicará dentro de una mirada muy crítica respecto al pensamiento liberal, que se caracterizará por derivar siempre la política a un plano discursivo o deliberativo sin llegar a alcanzar una decisión final. Esta deliberación que era típica del liberalismo y su famosa «clase discutidora» se había originado por la indiferencia del liberalismo hacia el bien, el mal y la voluntad de Dios, que eran neutralizados por el gobierno de las leyes.

La filosofía política del profesor Strauss

   Si Carl Schmitt aparecía como un defensor de la seriedad de la vida, Leo Strauss también tenía que ser colocado dentro de esa misma perspectiva. Su escepticismo frente a la cultura post-ilustrada y la tecnología moderna, así como también su rechazo al modo como la modernidad dejó fuera cualquier forma religiosa pretendiendo tener un control total sobre el fenómeno político, lo han convertido desde ya hace varios años en uno de los más importantes críticos de la modernidad y del liberalismo contemporáneo. La obra del profesor Strauss no solamente se refiere al asunto de la fe y la filosofía o sus visiones críticas con respecto al mundo moderno, sino también es esencial subrayar su proximidad al mundo clásico y el modo como él intenta proseguir una tarea iniciada ya por Sócrates, Platón y Aristóteles que se resume en la idea de la búsqueda de la verdad: «la filosofía es esencialmente no posesión de la verdad, pero sí búsqueda de la verdad. El rasgo distintivo del filósofo es «que sabe que nada sabe», y que este examen de nuestra ignorancia concerniente a las más importantes cosas lo induce a buscar con todas sus fuerzas el conocimiento», pero así como la filosofía nace de la inquietud del hombre por alcanzar un conocimiento del todo dentro de una ciudad, inmediatamente ésta se transformará en filosofía política. En este sentido la filosofía política es, como lo dice Strauss, una rama de la filosofía que está muy cerca de la vida política y que procura suplir la opinión sobre la naturaleza de las cosas políticas por un conocimiento de la naturaleza de las cosas políticas, esto significa conocer a la par el orden político bueno o justo, aquél que es el mejor siempre y en todo lugar.

   Al mismo tiempo cuando Strauss se refiere al conocimiento, éste asume un carácter de total, esto es, el conocimiento siempre es sobre el todo. La teología política por su parte también abarca la totalidad; y, de hecho, como lo afirma la brillante lectura de Heinrich Meier, «lo político es lo total».En este sentido, la verdad filosófica y la verdad teológica se encuentran al final del camino. Pero quizá lo más importante sea el modo como la regla y la excepción de Schmitt pueden ser interpretados como un orden y un desorden que coexisten, es decir lo cerrado y lo abierto juntos. El proyecto de la filosofía política de Strauss también necesitará de lo mismo para subsistir. Así, para que pueda haber filosofía, se entiende que es necesaria la libertad para conversar y criticar; pero también es cierto que esta libertad tiene que ser delimitada en tanto que, si es total, entonces lo que se generaría sería una anarquía que llegaría inclusive a dudar de la propia relevancia de la filosofía. Para que la filosofía florezca, es necesaria la ciudad y ésta a su vez debe de ser gobernada por reglas; si las mismas no son obedecidas, entonces no existirá ciudad ni tampoco filosofía. Las reglas en este caso tienen que ver no con la libertad sino con la obediencia, y qué mejor que a través de la fe. Es en este punto cuando la teología política le da su mano a la filosofía política, pues no puede haber regla sin excepción, ni conocimiento sin obediencia agregaría yo. En esto consiste finalmente la mágica relación entre la teología política y la filosofía política.

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